23/5/10

Surcos de la vida


Mil años parecían haber pasado. La última vez que escuché brotar el agua de la boca de aquella fuente, era un sonido armónico, melodioso y juvenil. Esta vez, el agua al caer, transmitía duros y melancólicos recuerdos.
Pude entonces, leer el dolor y los transtornos causados por el tiempo en el corazón de aquel manantial de agua fresca, ya se veían los deterioros, los surcos en la piel, dura y curtida por el paso de los años, que hacían de su aspecto algo interesante, no una simple fachada de hormigón…
Pero, ¿qué son los surcos sino el recuerdo de un pasado que la ha hecho feliz a base de palos? Felicidad reflejada en ese rostro, que aunque parezca de piedra, es capaz de llorar. Felicidad que con el paso del tiempo le ha dejado huellas, porque se acerca el fin, su fin. Pero el tiempo se niega a que olvide que los días pasados en que lucía rostro recién pulido, no eran mejores, sino diferentes, y más ingenuos. El tiempo, reflejado en su piel, solo pretende que comprenda que cada sonrisa y cada lágrima, han de dejar huella para hacerle recordar que cuando sonrió, fue feliz; cuando lloró, se hizo más fuerte.
Cada minuto de su vida fue importante, no solo para ella, también para todos aquellos que formaron parte de su vida, desde el pajarillo que se posaba para beber de sus palabras, hasta el paseante que en mitad de su camino, paraba para descansar en su regazo.
Y con lágrimas en los ojos, y casi sin palabras, le preguntó al tiempo: ¿y la muerte? ¿Qué es la muerte?
La muerte, amiga, no es más que el fin de la historia escrita en tu rostro. La herida que todo buen libro deja en el corazón de todos sus lectores cuando finaliza. La muerte, es el fin de una vida, y el recuerdo permanente de aquel que la ha vivido.
Entonces, la fuente cerró los ojos y suspirando, dejó caer dos tímidas gotas, una pequeña sonrisa iluminó su rostro, y su voz se durmió para siempre.

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