23/5/10

Inseguridades

Se encerró en la habitación. Húmeda, pequeña, cuadriculada, desordenada.
Estaba aturdido, tenía un extraño dolor en el pecho: el dolor del miedo. Sentía ganas de llorar, y en su cabeza no dejaban de repetirse, una y otra vez, las palabras que minutos antes le había dicho Antón, su psicólogo: “Tienes muchos miedos, más miedos que ilusiones”.
Se acercó a la ventana, y al observar su reflejo en el cristal, una lágrima rodó por sus mejillas (¡Mierda!). Dejó caer la persiana. – A oscuras se está mejor – Se dijo mientras se sentaba en el suelo y luchaba por reprimir el llanto.
- ¿Cómo enfrentarme a mis miedos? ¿Cómo superarlos? Para eso tengo que aceptarlos, y para aceptarlos tengo que conocerlos… si los conozco, quizás mi vida me parezca una mierda, quizás ya lo sea… quizás no pueda superarlo, y me hunda… ¡Joder! ¡No puedo pensar! – Escondió la cabeza entre sus piernas, se acurrucó y dejó que las lágrimas cayeran.
El frío lo desperto de su letargo, se había quedado dormido allí, en el suelo, al pie de la cama. Su piel, aún mojada por las lágrimas que horas antes habían desahogado su alma, retenía las marcas de las baldosas.
- Esto va a ser duro, – pensó mientras se levantaba – pero hoy me siento con fuerzas para enfrentarme a todo, ¡vamos! – Subió la persiana hasta arriba, corrió las cortinas y dejó que los rayos del sol iluminasen su refugio.
Seguía recordando las palabras de su psicólogo, pero ya no tenía miedo, sólo intentaba encontrar el motivo de sus temores.
Aunque no quisiera, llegaban a su mente recuerdos de su infancia. No tuvo una infancia fácil, y siempre temió que ello le dejara consecuencias, quizás fuese la raíz de sus problemas.
Llevaba años sin recordar esa parte de su pasado, casi los mismos que le había costado ocultarlos en lo más profundo de su cerebro. Café en mano, sentado a la mesa, ante un folio en blanco, comenzó a anotar todos esos recuerdos. Si después de su última terapia habían reaparecido, sería por algo. Se propuso averiguarlo.
Risas, llanto, gritos, rabia, impotencia, incomprensión, soledad, dolor… sobretodo dolor, era lo que más recordaba.
Se sintió agotado, el recuerdo del dolor que había viajado incansablemente dentro de su cabeza y esta autoterapia improvisada, habían acabado con sus energías. Estaba triste, y desolado, y un dolor, creciendo desde el pecho hasta la garganta le hizo gritar:
- ¿¡Es que nunca voy a superarlo!? ¿¿Cuándo coño voy a poder ser YO?? – Tiró el bolígrafo, se levantó. En el armario guardaba su medicina, esa que nunca le fallaba.
Fumó para olvidar, para sentirse bien, para evadirse de sus preocupaciones. Absorbió cada calada como si fuese la última, saboreando cada gramo de humo que entraba a sus pulmones. Dos minutos más tarde sintió cómo le pesaban los párpados, ya no existía nada a su alrededor, y los pensamientos fluían a tal velocidad que era casi imposible procesarlos. Entonces lo vió claro, sus miedos estaban más que fundamentados. Pero consecuencia y riesgo van siempre cogidos de la mano. Aspiró la última calada, dejó caer la ceniza y comenzó a reir sin parar.

No hay comentarios: