23/5/10

De cómo Antonio Moreno se implantó manos de mujer

 
Oscuridad. Eso era todo lo que podía distinguir a su alrededor. Aturdido, con un fuerte dolor de cabeza, intentaba recordar dónde estaba. Empezó a distinguir un leve murmullo, lejano y algo distorsionado. Unos golpes repetitivos en su mejilla. Silencio. Y de repente, frío y humedad en su cara, lo sacaron de su aturdimiento. La luz y el ruido a su alrededor lo confundían hasta el punto de cerrar fuertemente sus ojos y llevar sus manos a su cara intentando evadirse. Las voces fueron acallando, sacudió su cabeza con brío y alguien, le tendió una toalla para secar su rostro aún empapado por el agua.

-.-: ¿Te encuentras bien chaval? - preguntó una voz grave con autoridad.

-.-: Eh... sí - contestó el joven fijando su mirada en el tipo que le había hablado.

-.-: Bien - sonrió falsamente - Pues continuemos. Germán - llamó a un tipo que se encontraba algo apartado - Trae un whisky a nuestro amigo Antonio, cortesía de la casa - clavó su mirada en el joven Antonio, el cual no pudo evitar que un temblor lo recorriera.

G: Entendido Sr. Planells - contestó con respeto para después salir de la oscura habitación.

Sin saber aún dónde se encontraba, Antonio paseó su mirada por aquella extraña sala, que con una luz baja en el centro, justo encima de la mesa a la que estaba sentado, permanecía prácticamente en penumbras. La mesa. Sus ojos se fijaron en lo que allí había, y su rostro palideció. ¿Qué significaba todo aquello? ¿Dónde se había metido y porqué estaba allí?

La mesa, como base un tapete verde, algunas copas de whisky, pistolas delante de cada persona allí sentada, incluido él. ¿Por qué tenía él una pistola? Sin duda, aquello era una timba de póker, el centro de la mesa estaba ocupado por un gran montón de billetes.

Uno de los hombres empezó a repartir cartas, la partida comenzó. Antonio, confundido aún, decidió no arriesgar, ver qué pasaba realmente. Germán llegó, dejó el whisky junto al joven y se retiró. Bebió, bebió nervioso, aquellos era real, y peligroso. Aquella gente no se andaba con tonterías.

Tras varias manos, Antonio se había metido en la partida de lleno. Perdía. Pero no podía dejar de jugar. La mano estaba siendo dura, todos se habían retirado, menos Planells y el joven Antonio. Si perdía... si perdía, no quería pensar qué podría pasarle, no podía pagar, debía mucho dinero que había pedido para seguir jugando. Estaba borracho, apenas podía fijar su mirada en las cartas que tenía. Su vista se nublaba y sentía que caería si no sostenía su cabeza.

Apoyó la mejilla en su mano y mirando a su rival, igualó la apuesta con un murmullo casi ininteligible causado por los litros de alcohol ingeridos. Planells sonrió, y asintió con un gesto de cabeza, invitando así a Antonio a mostrar sus cartas. Había llegado el momento.

Lentamente, Antonio bajó su mano hacia la mesa, girando las cartas... una K... otra K... otra K... y dos Q...

- Full... - murmuró Planells abriendo los ojos.

Unos segundos. Eso fue lo que le duró a Antonio la idea de que podía haber ganado aquella partida. Tras el murmuro, una sonrisa apareció en la cara de Planells. Con brío soltó echó sus cartas a la mesa, mostrando un póker de J.

Su vista se nubló, llevó sus manos a sus ojos con la esperanza de que todo hubiese sido una pesadilla. Pero no. Ya sentía como entre varios hombres lo cogían y lo sacaban a rastras de la habitación. Todo pasaba muy rápido. No sabía qué iba a ser de él, pero tenía la idea de que no sería agradable. Sintió la brisa fría en el rostro. Le pareció ver los astilleros. ¿Qué hacía allí? Estaban en un callejón oscuro, rodeados de marras y vigas de madera inservibles, entre contenedores de carga.

Lo maniataron con cuidado. Lo obligaron a extender sus brazos al frente, sujetándolo desde la espalda. Uno de los hombres se situó a su izquierda y sacó una especie de mango circular de su cinturón. Lo agitó varias veces al aire, y en el último golpe seco, una luz rojiza salió de él. ¿Una espada láser? ¿Pero qué coño era eso? ¿Una broma?

Dolor. Fue lo que sus sentidos gritaron cuando de un movimiento rápido, el tipo del láser le cortó las manos justamente por las ataduras. En su cabeza todo pasó a cámara lenta: el zumbido de la espada en el aire, la luz de la misma pasando rauda ante sus ojos, el siseo de su piel al ser abrasada por el contacto, el dolor punzante recorriendo su cuerpo, la fuerza de los hombres que lo sujetaban, las lágrimas salir de sus ojos, y finalmente, el aire atravesando su garganta para salir en forma de alarido.

A: NOOOOOOO!!!!! - sintió cómo caía al suelo, su mejilla golpeando contra el asfalto y los pasos de sus torturadores alejándose.

Se irguió, y de rodillas, buscó sus manos en el suelo, quizás pudieran implantárselas. No. Estaban completamente carbonizadas.

Con dos muñones por manos, Antonio recorría el puerto en busca de una salida cuando algo llamó su atención. Una sombra se movió ocultándose, pero fue suficientemente rápido como para verla. Tentado por la curiosidad, siguió la dirección de la sombra. Girando una y otra esquina de aquellos pasillos entre contenedores, por fin oyó algo. Paró sus pasos, y lentamente se fue acercando al lugar del que provenía la voz...

-.-: ...sí, sí entendido. Sigue intentando encontrar la salida. - la chica escuchaba las instrucciones al otro de la línea, de espaldas a donde se encontraba Antonio - De acuerdo, lo sigo, lo cojo por sorpresa y lo elimino.

Instinto de supervivencia. Seguro que nunca habéis pensado en matar a nadie nunca. Pero en el momento en el que escuchas que te van a seguir hasta matarte, todo cambia. Ahora eres Cazador, o Cazado. Había que elegir, y Antonio solo tenía en mente una opción: Cazador.

Aprovechó su situación para atacar por sorpresa. Un golpe seco. Un talón de acero que sabiamente impactaba en la nuca descubierta de la joven asesina. Un estudiado movimiento de artes marciales que noqueó por completo a su rival. ¿Cuándo había aprendido artes marciales? Entonces sus ojos se fijaron en algo. Las manos. Ella estaba muerta, no las iba a necesitar. Podría cortárselas e implantárselas. Sí, eso haría. Le cortaría las manos, y se las implantaría a sí mismo. Sólo faltaba un pequeño detalle... ¿Cómo iba a hacer todo eso si él, no tenía manos?

Un raspajeo a sus espaldas. Cortos y rápidos pasos que se movían de un lado a otro. Una risilla nerviosa. Se giró y sus ojos se abrieron como platos al descubrir frente a él a un hombrecillo de apenas 60 cm, vestido con un atuendo bastante extraño.

-.-: No te preocupes por nada - dijo de pronto con su vocecilla aguda y martilleante. - Yo te ayudaré, para eso estoy aquí.

A: Pero...

-.-: He dicho que no te preocupes, solo conseguirás perder tiempo, y no lo tienes. - lo cortó con seguridad - Siéntate y relájate... ah! Puedes llamarme Punkastro.

¿Punkastro? ¿Ese no era el nombre que pusimos al muñeco de plastilina? El joven Antonio no entendía nada, pero ese hombrecillo parecía de fiar. Se sentó a observar. Punkastro se movía con agilidad sobre el cuerpo inerte del enemigo. Con una espada láser similar a la del matón, pero adecuada a su tamaño (una visión muy divertida por otra parte), cortó con igual maestría las manos de la chica. Rápidamente, se dispuso junto a Antonio y le inyectó algo con lo que conseguir dormir sus sentidos.

Lentamente abría los ojos. Una molesta luz le impedía abrirlos en su totalidad. Sintió unas palmadas en su mejilla. Tenía la vista nublada, pero aún así distinguía un bulto, algo que se movía, y parecía que le hablaba. Se esforzó en entender.

P: ¡¡Sorcio!! ¿Estás bien? - preguntaba preocupado.

A: Eh... sí, creo que sí - pareció empezar a recordar al reconocer al hombrecillo - ¿Qué ha pasado?

P: ¡Que ya tienes manos, hombre! - sonrió satisfecho de su trabajo mientras un asombrado Antonio, dirigía la mirada a sus nuevas manos, unas manos de mujer.

Unos ladridos se escuchaban a lo lejos. Parecía que lo estaban buscando. Querían acabar con él. Se levantaron presurosos, y comenzaron a correr hacia el mar. Saltar era la única salida.

Habían conseguido sortear a los perros. Estaban en las vallas, sólo había que subir, y saltar al mar.

Estaban arriba. Antonio miró asustado a Punkastro, este lo animó asintiendo con la cabeza, y sonrió. Antonio saltó.

¡Piiii, piiii, piiii! ¿Qué coño pasa? Abrió los ojos molesto al reconocer el sonido del despertador. Joder. Otra vez se había quedado dormido. Entonces, recordó el sueño. ¿Había sido un sueño?

Sus ojos se dirigieron veloces a sus manos. Respiró tranquilo, y una sonrisa se dibujó en su rostro. "Si es que no sé porqué dejo los porros... vaya sueños". Pensó.

1 comentario:

Lara dijo...

Realmente surrealista y absorbente! Me encanta tu estilo!!